viernes, 27 de abril de 2012

Teoría de la ventana rota

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Hoy leí este articulo en Taringa que me pareció muna gran ayuda para que reflexionesmos sobre nuestros comportamientos urbanos:

En estos últimos años mucho se habló de la teoría de la ventana rota, veamos de que se trata y si se podría aplicar a otras realidades.
Lean también, en Inspirulina, el artículo de Rafael Osío Cabrices sobre este tema.

El delito 
En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Philip Zimpardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle: dos autos idénticos, de la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona  y tranquila de California. 

Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio. Resultó que el  abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, la radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron; En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto. 

Es común atribuir a la pobreza las causas del delito, en mi opinión ser pobre no es sinónimo de ser delincuente, cuantos pobres hay en la ciudad de  y cuantos de ellos son delincuentes, como factor que suma sí, pero no es una condición básica, sin embargo hay que reconocer que este es un tema en el que coinciden las posiciones ideológicas más conservadoras (de derecha y de izquierda). 

Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí. Cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre. 

¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo? 
 
No se trata de pobreza. Evidentemente es algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional, se vive una anomia social. 

En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la 'teoría de las ventanas rotas', misma que desde un punto de vista criminológico concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores. 

Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen 'pequeñas faltas' (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves, sin duda la impunidad es el mejor aliado de los delitos y la violencia. 

Si los parques y otros espacios públicos deteriorados son progresivamente abandonados por la mayoría de la gente (que deja de salir de sus casas por temor a las pandillas o delincuentes), esos mismos espacios abandonados por la gente son progresivamente ocupados por los delincuentes. 

La teoría de las ventanas rotas fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los 80 en el metro de Nueva York, el cual se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: graffitis deteriorando el lugar, suciedad de las estaciones, ebriedad entre el público, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes. Comenzando por lo pequeño, se logró hacer del metro un lugar seguro. Posteriormente, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, basado en la teoría de las ventanas rotas y en la experiencia del metro, impulsó una política de Tolerancia Cero. La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana., claro que la realidad económica es muy diferente a Países en Latinoamérica. 

El resultado práctico fue una importante reducción de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York. 

La expresión 'tolerancia cero' suena a una especie de solución autoritaria y represiva, pero su concepto principal es más bien la prevención y promoción de condiciones sociales de seguridad. No se trata de linchar al delincuente, ni de la prepotencia de la policía. De hecho, debe también aplicarse la tolerancia cero respecto de los abusos de autoridad. No es tolerancia cero frente a la persona que Comete el delito, sino tolerancia cero frente al delito mismo Se trata de crear comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana, como la que no tenemos ahora.
 

Fuente: http://www.surnoticias.com/modules.php?name=News&file=article&sid=4003

miércoles, 11 de abril de 2012

La Muerta


Por Juan José Millás

Cierto día, un compañero de colegio señaló en la calle a una mujer, diciéndome:

-Mírala, está muerta.

A mí me parecía imposible que una difunta se moviera con aquella naturalidad entre la gente. De hecho, sabía que era mentira, pero resultaba excitante creérselo, así que le seguí el juego. Mi amigo me aseguró que era capaz de distinguir a una mujer muerta entre mil mujeres vivas.

-¿Pero en qué lo notas?

-En nada en concreto y en todo a la vez. Si te fijas, van envueltas como en una burbuja de paredes invisibles. Cuando seas capaz de percibir esa burbuja, aprenderás a distinguirlas.

A los pocos días de esta conversación, iba dando patadas a las piedras por mi calle, cuando vi a una mujer dentro de la burbuja. La burbuja la puse yo seguramente, pero la mujer era completamente real. La seguí con disimulo hasta la Avenida de América, y luego por Francisco Silvela, hasta llegar a una ferretería en la que entró para salir al poco del brazo de un sujeto muy alto, con bigote a lo Clark Gable. El hombre estaba vivo, desde luego, y no trataba a la mujer como a un cadáver. Al contrario, se acercaba a su cuerpo cuanto le era posible, desplazando la pared de la burbuja hacia el otro lado, y le besaba el cuello a través de esa membrana que parecía no detectar. Entraron en un bar que hacía esquina con la calle de Méjico y se comieron un bocadillo de calamares cada uno. Cuando ella alargaba el brazo para tomar de la barra el vaso de cerveza, sacaba la mano de la burbuja sin romperla, del mismo modo que algunos objetos son capaces de penetrar en una pompa de jabón.

Comencé a centrar mi atención en él. Parecía el prototipo de individuo mundano que por entonces yo mismo aspiraba a ser. Una persona con clase, pensaba ingenuamente, debe moverse con la misma naturalidad entre los muertos y los vivos. Aquel hombre actuaba con una soltura increíble y sabía en qué momento tenía que abrocharse o desabrocharse el botón de la chaqueta o pasarse el dedo índice por el extremo del bigote, como para recoger, más que una miga de pan, un pensamiento. Al salir del bar, él la tomó de la cintura y la atrajo hacia sí con tal violencia que la sacó sin darse cuenta de la burbuja. Entonces abandoné la persecución con la idea romántica de que el amor consiste en rescatar al otro de la muerte, y decidí esperar mi oportunidad.

A los pocos meses llegó al barrio una chica nueva, con burbuja. Era muy joven para estar muerta, pero lo consulté con mi amigo y me dijo que las había de todas las edades.

-Una prima mía de tres semanas está muerta también.

-¿Y qué dicen sus padres?

-No lo saben. La mayoría de la gente no ve la burbuja.

Me enamoré como un loco, y, cuando logré reunir el dinero suficiente, la invité a un bocadillo de calamares en el bar de Francisco Silvela esquina a Méjico. Luego intenté acercarme para rescatarla de la burbuja, pero no se dejó. Y al día siguiente, cuando pasé cerca de un grupo en el que se encontraba ella, noté que me señalaba con expresión de burla. Estaba presumiendo de haberme sacado un bocadillo de calamares, que para nosotros era una fortuna. Entonces, pese a mi timidez, me acerqué al grupo y, apuntándole al pecho con el dedo, le dije:

-Estás muerta. No vayas a creerte que no lo sé.

Todas sus amigas se alejaron un poco, como con miedo a contagiarse, y desde entonces arrastró una vida solitaria, que yo tampoco intenté aliviar, aunque me lo pedía con los ojos. Se casó con un muerto de hambre con el que asiste a misa de difuntos todas las semanas. Continúa en el barrio, y, cuando me acerco por allí, a ver a mis padres, se hace la encontradiza para que la libere de la burbuja en la que sigue atrapada. Pero ahora, aunque quisiera, no podría, porque yo mismo he ido encerrándome durante todos estos años dentro de una membrana transparente y flexible de la que sólo podría rescatarme una mujer viva.